DE LA VILLA, Rocío (2013) :: Texto catálogo: Derivas de Ciudad, cartografías imposibles

DE LA VILLA, Rocío (2013). “Tejiendo ciudadanía”. Texto catálogo exposición: Derivas de Ciudad, cartografías imposibles, Centro de Arte Tomás y Valiente (CEART), Fuenlabrada, Madrid

Pensar la ciudad propone retos tan complejos que despliega el imaginario en formas extraordinarias. El escritor Italo Calvino acuñó el brillante título Las ciudades invisibles para recoger medio centenar de interpretaciones: está Tecla, una ciudad que es un proyecto; y Olinda, que oculta en círculos concéntricos otras ciudades dentro de ella. La angustia existencial se plasma en Ottavia, colgada de una red suspendida sobre un precipicio; y Berenice, que tiene en su interior, de manera alterna, la justicia y la injusticia. Pero incluso si nos referimos a ciudades existentes, planea sobre ellas el velo de la invisibilidad.

Evocamos ciudades históricas a través de crónicas y torpes cartografías. Y aunque desde la antigüedad hemos imaginado ciudades utópicas, el proyecto de planificación de la ciudad pertenece al despliegue histórico de la Modernidad, formando parte de su identidad. Este contraste puede ejemplificarse entre La ciudad de las damas que imaginó en 1405 la escritora Christine de Pizan, cuyos cimientos, altas murallas y fosos, palacios y mansiones "donde podrán residir para siempre las damas de gran fama y mérito a quienes van destinados" se construirían con todas las mujeres anónimas que colectivamente protagonizaron algún hecho meritorio y con las mujeres que han quedado con su nombre propio en el registro de la historia. Y después, con la apertura de grandes bulevares y avenidas planificadas por Haussmann y Deschamps, a mediados del siglo XIX en París. Pasear y deambular callejeando entre el fluir de la ciudad abierto a impresiones y fabulaciones es la ocupación del flâneur, figura con la que Baudelaire caracteriza al sujeto moderno. Y quizás también por eso, como modernas identidades fragmentadas, por más que pateemos la ciudad como turistas, usuarios, residentes o habitantes, la visibilidad de la ciudad se nos resiste como forma acabada. Ni planos ni estadísticas colman nuestro imaginario de la ciudad, con la que mantenemos una relación cognoscitiva y también afectiva.

Como explica Ángeles Durán en La ciudad compartida, la relación cognoscitiva es simultáneamente analítica y sintética: “La dimensión analítica conlleva la diferenciación, el reconocimiento y la memorización de los componentes. A medida que se conoce, la ciudad se diferencia en barrios, en calles, en ambientes, en perfiles, en recursos instrumentales. La dimensión sintética conlleva la fusión, la integración y la armonización de las partes en un todo único. La imagen de la ciudad, que en cierto modo corresponde a su identidad, es dinámica, interactiva, cambiante (…) es inevitablemente múltiple, reflejo de las experiencias múltiples que los sujetos tienen en ella”. Para quienes más tiempo la han vivido, la ciudad acumula capas de recuerdos como un palimpsesto. Las nuevas fachadas de establecimientos no cancelan del todo los viejos comercios y entre el desgaste de sus aceras y calzadas fueron quedando los pasos y las huellas de sus habitantes. Además, como decía André Breton de París, las ciudades también tienen sexo, lugares que detestamos y otros que preferimos porque son generadores de encuentros.

Hoy hablamos de ciudades y suburbios; de heterópolis, como denominó Charles Jenks a Los Ángeles, y de megaciudades, aglomerados que superan los diez  millones de habitantes y ya se cuentan por decenas. También de telépolis y de ciudades fantasmas, sin habitar, como Kangbashi, Chenggong y Jiantsu en China, donde se crean diez ciudades al año, en previsión de que en total hacia el año 2030 acogerán un billón de habitantes. La extraña perplejidad que suscita su visión en google earth es similar al sentimiento siniestro en la Adelma de Calvino, en cuyos habitantes el viajero reconoce los rostros de sus muertos. El vértigo que nos produce este repertorio, al que habría que añadir los cientos de asentamientos con miles de refugiados y excluidos, nos urge a seguir repensando la ciudad, a proyectar utópicas ciudades sostenibles, a cuidar nuestras ciudades reales, para lo que necesitamos imaginarlas y visualizarlas.

Desde el principio, Esther Pizarro se ha ocupado de plasmar modelos visuales sobre la ciudad. Una residencia de estudios le llevó a confrontarse con Los Ángeles, la ciudad puzzle formada de ciudades y de sus limes, lugares fronterizos de borrosa identidad que se atraviesan al cruzar su diámetro de setenta kilómetros; o si se prefiere, un área urbana con un perímetro de más de quinientos kilómetros con una de las más complejas composiciones demográficas en el mundo. Quince años después de abordar otras ciudades europeas, como París y Roma, de instalaciones e intervenciones en entornos urbanos, lugares arqueológicos y estaciones de transporte metropolitano, parques, edificios institucionales y pabellones de exposiciones universales; en suma, de desplegar su escultura entre arquitectura y urbanismo, todavía –dice- no ha acabado con la ciudad.

Cuando repasa su trayectoria, cuenta que desde su fascinación inicial por ciudades concretas, pasó a plantearse cuestiones genéricas, como el territorio en Los Ángeles, la escala urbana en Roma, el barrio y la casa en París, reduciendo paso a paso la serie hasta llegar al Refugio/saco del individuo transeúnte en Derivas psicogeográficas, que le llevaría a explorar las periferias y después, pasajes industriales y entrópicos que, en forma de asentamientos, llegaron a invadir un nuevo mobiliario doméstico.

Se ha encargado de mapear cartografías urbanas de experiencias históricas y fragmentarias, consciente de que “es imposible trazar el mapa total”. Desde la estructura rizomática al módulo protésico, ha venido desarrollando la dialéctica entre interior y exterior para visualizar cambios profundos entre la ciudad y el individuo desde finales del pasado a comienzos del nuevo siglo. ¿Cómo no entender este proceso de trabajo ligado a la despedida de las viejas ciudades, al fenómeno de la gentrificación y la figura del nómada, del crecimiento exponencial de barrios residenciales entre nudos de circunvalaciones, la provisionalidad de los hogares y la irrupción de los desahucios, que hoy desaloja a miles de ciudadanos, creando otros vacíos en las cartografías?

Plomo y cera, siliconas y fieltros, cremalleras, hilos textiles y metálicos son los materiales utilizados en su escultura para describir paradojas en las ciudades modernas. Como su fatua pretensión de racionalidad, idealmente reticular, pero que Pizarro evidencia poniéndola patas arriba, colándose entre las buhardillas de los Arrondissements parisinos. En cambio, la imposible vertebración orgánica de L.A, la ciudad de ciudades, aquella en donde “conviven sin mezclarse grupos étnicos, poderes económicos y estilos de vida diferentes sin que ninguna domine lo suficiente como para imponer su orden”, según Jenks, es sintetizada en un Quilt cuadriculado, como si se tratara de retales con recuerdos y vivencias. Reversibilidad que también se expresa en ese Saco/Refugio que es piel tatuada de ciudad y fardo exhibicionista de la precariedad vulnerable de quienes no se reconocen ya como ciudadanos. Periferias bordadas, que hablan de un pasado industrial abandonado entre caprichosos nudos de viales. Y arrabales y favelas que crecen como protuberancias en nuestro mobiliario doméstico, ligero e intercambiable. Formalizando una estrategia semejante a Martha Rosler, cuando con sus collages fotográficos quería traer la guerra a casa, quizás a los mismos para los que un cuarto de siglo después y más de tres millones de homeless vagando por las calles estadounidenses idearía el proyecto colectivo Si vivieras aquí.

Desde la década de los sesenta, artistas y teóricas vienen ocupándose de la ciudad. Jane Jacobs, con su ensayo Muerte y vida de las grandes ciudades (1961) fue la primera en criticar las prácticas de renovación urbana de los años cincuenta del siglo XX en Estados Unidos, cuyos planificadores se habían guiado por modelos esquemáticos ideales que habían conducido a la destrucción del espacio público; además de devolver tras la Segunda Guerra Mundial a las mujeres a casa, recluidas en sus confortables hogares en los suburbios, como denunció poco después Betty Friedan en la Mística de la feminidad (1963), el ensayo que despertó a la generación del feminismo de la segunda ola que proclamaría que “lo personal es político”.  Además, Jacobs relacionó planificación urbana, seguridad pública y violencia, perspectiva que las artistas Suzanne Lacy y Leslie Labowitz llevarían a la práctica con los mapas cubiertos con el sello “RAPE” durante Three weeks in May de 1977. Poco después, la arquitecta e investigadora en urbanismo Dolores Hayden fundaría allí el grupo The Power of Place, que propondría acciones públicas dirigidas a la defensa de comunidades bajo nuevas perspectivas de género, raza y etnicidad. También la francesa Françoise Choay ha denunciado las tendencias globalizadoras y telemáticas de una sociedad que transforma radicalmente la morfogénesis y la organización del territorio, creando aglomeraciones desestructuradas, sin cohesión entre las poblaciones y el entorno local, y que convierte la herencia patrimonial edificada bien en un fetiche nostálgico musealizado, bien en mercancía turística. Por mencionar solo algunas pioneras que han modificado nuestra manera de entender el urbanismo y las ciudades, en una escala de experiencias en donde los parámetros vienen marcados por el respeto y el cuidado a las diferencias, sus recuerdos y sus legítimas expectativas en un horizonte de convivencia.

Como ellas, Esther Pizarro nunca ha confiado en los informes urbanísticos oficiales y ha preferido descifrar las cartografías de las ciudades desde su experiencia cotidiana. Con materiales textiles, flexibles y funcionales ha imaginado derivas y pliegues entre las vidas cruzadas en encuentros casuales que forman el tejido de las ciudades habitables. Con Patronando Madrid, por primera vez y precisamente en su ciudad, aborda un proyecto colaborativo que registra mediante una encuesta los usos del tiempo y del espacio de cien residentes. Desde la ciudad suspendida y la planificación de sus vías preferentes, se descuelga una maraña de itinerarios, hilos rojos de sus recorridos vividos durante una semana, evidenciando cartografías que transparentan identidades, etiquetas intransferibles de un archivo de entretelas con narrativas cotidianas y extraordinarias. Cien entre los miles de ciudadanos que confluyen cada semana en las zonas calientes donde se dirime la pérdida y reconquista de sus derechos. Es el tiempo de la ciudadanía.

 

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