LÓPEZ VÍLCHEZ, Inmaculada (2014) :: Texto catálogo: Un Jardín Japonés: topografías del vacío

LÓPEZ VÍLCHEZ, Inmaculada (2014). “Cartografías para un jardín japonés”. Texto catálogo exposición: Un Jardín Japonés: topografías del vacío, Universidad de Granada, Centro de Cultura Contemporánea, Granada

Pocas son las ocasiones en las que un espacio arquitectónico con tanta personalidad como el crucero bajo del Hospital Real de Granada se nos muestra indiferente como simple contenedor de una obra artística, dada su imponente arquitectura, el carácter del propio edificio y su significación histórica. Sin embargo, pueden contarse como muchas menos las ocasiones en las que este emblemático conjunto arquitectónico, permite establecer un diálogo tan perfectamente sutil y elaborado, que no sólo le permite acompañar a la obra de arte, sino que pueda contribuir a una auténtica mejora en la puesta en valor de la misma, logrando como resultado tangible un enriquecimiento mutuo.

A nuestro juicio, la simbiótica relación del Jardín Japonés que Esther Pizarro trae a Granada de la mano de Casa Asia, encuentra bajo la bóveda de crucería de piedra dorada, un incomparable entorno que abre una nueva dimensión interpretativa al quedar todo el conjunto desprovisto de su escala natural y permitir albergar un microcosmos vegetal entre la cosmografía pétrea.

La bóveda celeste del Jardín Japonés se vislumbra como geometría gótica en un contraste que subvierte el orden natural de los elementos y las escalas.

En esta imponente instalación se dan suma varios factores que caracterizan la identidad de la escultora Esther Pizarro cuyo hilo conductor profundiza en las claves que definen los lenguajes gráficos que nos hablan del mapa, el territorio, la cartografía, las topografías, los códigos representativos… analizados todos ellos bajo el prisma de la creación artística.  En la obra de Esther Pizarro es manifiesta una coherencia que lleva a una reinterpretación y una relectura del concepto genérico del mapa desde el punto de vista del arte contemporáneo.

Un lenguaje tan poderoso como el cartográfico ha merecido la atención de importantes artistas y teóricos sobre todo a partir del siglo XX, y tiene en esta artista uno de sus exponentes nacionales más destacados. El Jardín Japonés y las topografías del vacío, puede llevarnos a reflexionar someramente sobre algunas de estas conexiones.

Si bien es cierto que el espectador del siglo XXI se ha familiarizado con la imagen espacial del territorio que ofrecen los satélites como fruto de una evolución tecnológica, también lo es que, apenas somos conscientes de este hecho. Estas iconografías, hace escasamente unas décadas, sólo podían ser imaginadas por la ciencia a través del desarrollo de un lenguaje gráfico altamente codificado, el de la cartografía y la topografía que, con las únicas evidencias de la geometría, permitieron simbólicamente la transferencia del espacio real a una superficie plana limitada.  El mapa, hoy en día, se conforma como uno de los lenguajes gráficos más asimilados en la cultura contemporánea, y apenas somos conscientes de la cantidad de elementos simbólicos que contienen; desde el color a la escala, pasando por la orientación o su reducción a coordenadas ortogonales.

Hoy en día, un lector audiovisual, adquiere la semántica del mapa, la abstracción del territorio a través de unos códigos gráficos prácticamente desde la infancia, lo que le permite en la práctica cotidiana desenvolverse en entornos complejos a través de estas guías y familiarizarse con este lenguaje eminentemente abstracto.

El valor referencial del mapa es tal que llega a sustituir su propia realidad física, a ocultar bajo su escala y geometría todo aquello que forma parte de la experiencia sensorial del territorio. Los ríos y mares se convierten en referencias y superficies codificadas de azul a causa de la aplicación de las tintas hipsométricas; montañas y vegetación quedarán ahora convencionalizadas y sometidas a la de las curvas de nivel, ciudades, poblaciones o desiertos encuentran el código que las hace representables, todo ello sometido a una escala ínfima.

Una de las metáforas más evocadoras  de la codificación del mapa la ilustra Jorge Luis Borges en un cuento titulado “Del rigor en la ciencia” donde evidencia de manera magistral la necesidad de simplificación y codificación intrínseca al lenguaje cartográfico:

“...En aquel imperio, el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el mapa del imperio toda una provincia. Con el tiempo, esos mapas desmesurados no satisficieron y los colegios de cartógrafos levantaron un mapa del imperio, que tenía el tamaño del imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al estudio de la cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y de los inviernos. En los desiertos del oeste perduran despedazadas ruinas del mapa, habitadas por animales y por mendigos; en todo el país no hay otra reliquia de las disciplinas geográficas.”

En la instalación de El Jardín Japonés, el mapa pierde el sometimiento a la superficie bidimensional y convierte el territorio en escultura, con el aprovechamiento de todas las claves referenciales del lenguaje cartográfico. El espectador ya no es un mero observador que contempla cenitalmente la geografía, sino que se sumerge en ella, transitándola. Dominando y siendo dominado como Gulliver en un juego de escalas donde el control de la realidad pierde sus referencias conocidas.

Son infinitas las lecturas de este jardín como infinitas las perspectivas que muestran los cambiantes puntos de vista del conjunto, rompiendo la imagen fija del mapa o la actual de la fotografía orbital.  Y en cada una de ellas, la obra se hace integral, combinando la percepción de todos los sentidos.  En contraste con el blanco marmóreo de la sal, la calidez de las vegetaciones supone un continuado estímulo visual, acrecentado con la transición de los efectos lumínicos que simbolizan el devenir del tiempo.

La naturaleza queda congelada, preservada casi viva entre los líquenes y musgos liofilizados, en los bonsáis modelados por la mano humana y fosilizado el mar en un manto de sal en el que se modelan las olas con el deambular de los espectadores. Las sensaciones que el jardín transmite al espectador son tales, que éste último deja de serlo para integrarse como ser vivo en una naturaleza envolvente que cobra su propia vida, aceptando la invitación sugerente a la meditación a través de la recreación.

A estas experiencias se suma la mirada hacia una cultura milenaria donde el jardín es símbolo de la naturaleza domesticada y símbolo de perfección y contemplación, como queda de manifiesto a través de las palabras de la comisaria de esta exposición Menene Gras Balaguer y Directora de Exposiciones de Casa Asia de Barcelona.

Desde el Centro de Cultura Contemporánea de la Universidad de Granada nos sumamos a la celebración de los actos del Año dual España-Japón, con el agradecimiento a las instituciones que han coproducido la exposición y que han sido sedes anteriores durante este año 2014, en los centros Matadero de Madrid y Casa Asia de Barcelona.  

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