TORRES, Begoña (2018) :: Texto catálogo: [MAFD] :: Mapping Active Fire Data

TORRES, Begoña (2018). “[MAFD] :: Un paisaje cartográfico de los incendios”. Texto catálogo exposición: [MAFD] :: Mapping Active Fire Data, Secretaría  General Técnica, Subdirección General de Atención al ciudadano, Documentación y Publicaciones, Ministerio de Cultura y Deporte

Esta mañana nos hemos desayunado con una noticia realmente impactante acerca de las consecuencias que las acciones de los seres humanos tienen sobre la superficie del planeta. En un informe avalado por más de cincuenta y nueve científicos de todo el globo se verifica que, desde 1970, el 60% de los animales vertebrados de todo el mundo y casi la mitad de las plantas han desaparecido completamente de la tierra. Para muchos se puede hablar de “la sexta extinción” que, a diferencia de todas las anteriores, motivadas por fenómenos naturales desarrollados a lo largo de mucho tiempo, está siendo causada exclusivamente por el ser humano, teniendo lugar, además,  en un periodo de tiempo realmente corto.
La primera década del siglo XXI ha sido la más caliente de la que se tiene noticia: la temperatura del océano está bajando alarmantemente, los glaciares se están derritiendo, el  calor global está avanzando, las regiones de permafrost se están contrayendo y la capa de hielos polares están desapareciendo. A todo ello se suman
los efectos del consumo excesivo, la basura, la polución, el envenenamiento medioambiental, los efectos de la quema del carbón, los fenómenos climáticos extremos,  la acidificación del océano, los incendios generalizados, etc.
En 1896 el físico sueco Svante Arrhenius llevó a cabo la primera investigación sistemática sobre el denominado “efecto invernadero”. ¿Qué ha pasado desde que James Hansen desde la NASA alertara por primera vez al Senado americano sobre el calentamiento global? Es bien sabido que la ignorancia muchas veces se puede convertir en algo muy parecido a la complicidad y, paradójicamente, hoy en día, el Departamento de Energía del Presidente Donald Trump ha prohibido el uso del término “cambio climático”.
En un mundo empeñado en no ver la cruda realidad, en negar los hechos, como si las desastrosas consecuencias de la actividad humana sobre la superficie del planeta no fueran otra cosa que una mala película filmada en Hollywood, la tarea de ofrecer información a la población es vital. La verdadera dificultad reside en llevar a cabo una comunicación efectiva a una audiencia no especializada sobre el fenómeno de dimensiones globales del cambio climático y sus efectos adversos.
Si bien es verdad que existe una pasividad al respecto por parte de los gobiernos, países, instituciones y empresas, también lo es que estudiosos, científicos, filósofos, físicos, antropólogos, lingüistas, neurólogos, psicólogos, biólogos moleculares y artistas están afrontando el tema desde un concepto pluridisciplinar,  generado simbiosis conceptuales que han permitido la renovación de premisas fundamentales y la aparición de nuevas ramas de estudio. Desde estas corrientes científicas son conscientes de que los seres humanos ejercen un claro impacto sobre sus entornos, a la vez que se ven afectados por éstos  y por las consecuencias de su propia intervención.
Es también verdad que el público está siendo literalmente “bombardeado” con todo tipo de información y que, el ámbito semántico que abarca los términos ecológico y sostenibilidad, se ha diversificado hasta constituir un significante vacío que se refiere a todo y a nada en concreto: “sostenibilidad”, “economía sostenible”, “turismo sostenible”, “planificación ecológica”, “turismo ecológico”,  “urbanismo ecológico”, etc.
Mientras que figuras clásicas del pensamiento sociológico como Max Weber, Max Horkheimer y Theodor W. Adorno veían en el incremento –siempre lineal– del control racional sobre la naturaleza el rasgo característico de la modernidad, el sociólogo alemán, profesor de la Universidad de Múnich y la London School of Economics y autor del famoso libro publicado en 1986, La sociedad del riesgo, Ulrich Beck observa que, el signo de nuestro tiempo, es  la incapacidad de controlar racionalmente la naturaleza.
Beck nos habla en 2002 de la decisiva irrupción de una serie de estrategias discursivas (políticas) que sirven para dotar de “realidad” determinadas construcciones culturales entorno al deterioro ecológico: la definición selectiva de determinados temas y cuestiones como “únicos” (capa de ozono, calentamiento global, pérdida de diversidad biológica), el empleo de procesos poco transparentes para definir diversas realidades (especialmente importante como una medida del ejercicio de poder),  los intentos de inspirar confianza mediante una representación visual de las amenazas, etc.
El ámbito que la ciencia y la política ocupan en la sociedad actual está dando lugar transformaciones institucionales e intelectuales completamente nuevas. Hoy en día la ciencia ha dejado de ser fuente de certezas, como ocurría en el pasado, lo que ha motivado que haya entrado en escena un componente nuevo: la desconfianza. Muchos pensamos que todo depende de nuestras acciones en el presente.
Ante las amenazas a la humanidad, cuando el clima ha cambiado o cuando la genética ha intervenido de forma irreversible en la existencia humana, puede parecer que ya es demasiado tarde para hacer nada de forma activa y en cambio toma valor el principio de la precaución mediante la prevención. Los nuevos tipos de riesgos, que anticipan catástrofes globales, sacuden los fundamentos de las sociedades modernas.
Los actores que deben garantizar la seguridad y la racionalidad (Estado, ciencia, industria) interpretan ahora un papel muy ambivalente. Ya no son tutores, sino sospechosos; ya no son gestores del riesgo, sino responsables del mismo.
Desde el punto de vista europeo, los peligros del cambio climático tienen por ahora mucha más importancia que los peligros de la energía nuclear o del terrorismo, al revés que ocurre para muchos americanos, que pueden tachar a los europeos de padecer “histeria medioambiental”.
Las obras de arte relacionadas con el deterioro medioambiental se han convertido en un importante campo de interés para un gran número de artistas. Los creadores buscan maneras de expresar su preocupación por el impacto del hombre sobre el planeta, se hacen preguntas e indagan respuestas, siendo plenamente conscientes de que, los hechos humanos, se han convertido en uno de los más importantes factores de influencia de los procesos atmosféricos, biológicos y geológicos en la tierra.

Con ello pretenden generar conciencia de la peligrosa situación de los espacios afectados y abordan una nueva perspectiva sobre la naturaleza, por lo que podríamos hablar del arte como mediador, capaz de brindar la posibilidad de la generación de vínculos socio-afectivos, así como un acercamiento respetuoso al entorno natural y social.

En este terreno se mueve la obra de Esther Pizarro que bascula, sin ninguna ambigüedad, entre la preocupación por el deterioro del planeta, el compromiso con una conciencia nueva sobre las implicaciones de la sociedad en este problema y, simultáneamente, un ecologismo comprometido, de actitud pedagógica, pero no necesariamente ligado a movimientos políticos reivindicativos o a un furibundo activismo.
Esther Pizarro es una artista situada en los márgenes de diversas tendencias, técnicas y formas de entender la creación, capaz de emprender un cierto replanteamiento del hecho artístico desde una gran pluralidad de medios. El valor de los diálogos interdisciplinarios no sólo consiste en la confluencia de puntos de vista diversos, sino que también hace posible la emergencia de formas  diferentes -más comprensivas, más sutiles- de interrogar la realidad.
El territorio en el que se mueve nuestra artista aparece demarcado entre la poética espacial: un espacio real –como el que ha sabido crear en Tabacalera-, una topología basada en lenguajes y cartografías y la comprensión del rol que tienen las representaciones visuales en la formación de nuestro conocimiento sobre el mundo en que vivimos.
Sus trabajos siempre pretenden hacer reflexionar al ciudadano sobre su propio marco de vida y su relación con el hábitat humano, incitándolo a comparar los distintos modos de existencia que adoptan las civilizaciones. La realidad es que todavía no somos  plenamente conscientes de la importancia y de las consecuencia ecológicas  de nuestros hechos,  como demuestra sobradamente  nuestra falta de consciencia y respeto con la naturaleza.
En la época de la “reproductibilidad técnica”, en la que proliferan las imágenes de todo tipo y formato, Esther consigue crear dispositivos de significación, que activan inesperados rendimientos poéticos y políticos.
La autora agrupa, selecciona y asocia datos sistemáticamente, a través de imágenes reunidas en una compleja estructura relacional,  plasmadas en textos, mapas, cartografías, impresiones fotográficas, topografías y elementos “escultóricos”, capaces de crear conjuntos de relaciones que dan lugar al surgimiento de estructuras más generales. Sus  disposiciones espaciales van siendo cada vez más complejas, con múltiples patrones refractarios y figuraciones.

[MAFD] :: Mapping Active Fire Data es un proyecto que engloba diversas acciones que se desarrollan en el tiempo; es una cartografía tridimensional y dinámica que tiene como objetivo dar a conocer la existencia de uno de los fenómenos contaminantes más graves del planeta: los incendios,  causados directamente por la acción humana o por cuestiones agroalimentarias y ganaderas.

La preocupación de la artista responde al hecho de que este fenómeno no es suficientemente conocido, debido a que, en gran parte, es invisible. Las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por los efectos del hombre han aumentado la probabilidad de eventos de calor extremos en más del 80% del planeta. El aumento de las temperaturas y las sequías más intensas son las responsables de los aumentos dramáticos en el número, el calor y la ferocidad de los incendios forestales. El color rojo, las llamas incandescentes, parece inundar descontroladamente la superficie del planeta.
Mediante un Pixel mapping  Esther ha capturado la información térmica de la Tierra, descifrando cuales son los puntos de la superficie terrestre que están en llamas y volcándolos posteriormente  en una cartografía actualizada en tiempo real, que configura una tremenda imagen. Sabemos de la magnitud de los fuegos en Galicia y Portugal cada verano, y de las crisis regulares que asolan California y Australia, pero no tanto de otras regiones para las cuales el fuego es un elemento más en su vida diaria. La imagen del África tropical, totalmente recubierta de puntos que indican la existencia de llamas, es alarmante, porqué además apenas tenemos noticias de ello en los medios de comunicación.

A pesar de este escenario pesimista –no se trata tampoco de ofrecer una impresión oscura y apocalíptica-, el proyecto [MAFD] afronta el problema desde una premisa positiva -aunque bañada de una mirada crítica-,  centrada en la necesidad de llevar a cabo previsiones alternativas de futuro.

Este proyecto pone el énfasis en la ecología y la sostenibilidad, hace visible lo que, a veces, puede parecer escondido, con la finalidad última de hacer despertar al público para que recuerde y sea consciente de la responsabilidad de sus acciones.

La artista hace uso de los media y de las tecnologías para explorar el concepto de ecología. En palabras de Timothy Morton pensar de forma ecológica significa examinar todas las cadenas, relaciones, procesos, dependencias, condiciones e interfaces en las que la diversidad de habitantes animados e inanimados de la tierra “coexisten”.
La tecnología no es únicamente un medio, un mero instrumento, sino que se convierte, paradójicamente, en actor que produce conocimiento acerca de nuestra biosfera.  Términos como “ecomedia”, “geomedia”, “earthmedia”, “environmental media” son conjunciones hibridas que recogen y manipulan  datos sobre el mundo físico medioambiental (atmósfera, agua, suelo, seres humanos). Son datos extraídos mediante varias técnicas de medida, que facilitan la “articulación” entre mundos desconocidos y sus formas ambientales, a través de ciertos dispositivos tecnológicos.
Esther Pizarro, como artista new media, ahonda en el big data con el fin de ofrecer perspectivas críticas en la percepción del estado de alerta en el que se encuentra nuestro ecosistema, a través de la tecnología de la comunicación, la cooperación interdisciplinar, la tecno-ciencia  y el interés por el mundo natural.
Pero este proyecto no se sustenta únicamente en una visión puramente técnica, sino también estética, narrativa y generadora de experiencias, que consigue crear una “realidad virtual” muy real, que se convierte en un instrumento  simbólico que es capaz de incrementar nuestra atención respecto al principal  protagonista, para hacernos  reflexionar sobre lo que está sucediendo en nuestro entorno.
Como si se tratara de un laboratorio de prácticas, un laboratorio experimental y, a la vez,  material y digital, Esther logra crear sorprendentes relaciones entre el ser humano y  los media,  una nueva forma de intimidad entre los cuerpos, la tecnología y los datos, experimentando con lo híbrido, con la disposición transmedial, con lo artificial, para llegar a la experiencia del mundo como tema central de discusión.
La actual era digital, donde prima la información electrónica, amenaza con eliminar por completo cualquier base material. Sin embargo los datos que maneja Esther son visibles e inquietantemente tangibles, han sido  generados por protocolos digitales, pero se han convertido en objetos, se han transformado en algo manipulable. Como bien nos explica la artista, el proyecto consta de quince módulos de madera que son el soporte material. Como suele ser habitual en sus últimas creaciones, Pizarro trabaja también con un complicado material, como el vidrio de borosilicato- con el que crea varillas transparentes que, dependiendo de las diversas alturas que alcanzan (a más altura, mayor actividad), señalan claramente, también por medio de la  de la luz de color rojo en sus extremos,  la intensidad de los incendios forestales-. A ello se añaden elementos de metacrilato  -grabado y cortado con laser-, “alegoría” de un sugerente paisaje de datos, que se levantan a modo de montañas y valles escultóricos para indicarnos, como si se tratara de una pantalla tridimensional, también a través de la reflexión de los haces de luz de las diversas varillas sobre ellos, la multiplicidad de datos y gráficos.  A todo ello se conectan diez atriles con una pequeña pantalla táctil, manipulable por el público, que se constituye en elemento activo del proyecto, por su capacidad de consulta - días, semanas y años- sobre los incendios que tienen lugar cada año sobre la superficie terrestre, en la década comprendida entre 2008-2017 y en base a tres parámetros: área quemada, emisiones de CO2 y número de fuegos.
Es un  “juego”  inquietante en el que nunca tienes una idea precisa del resultado final, ya que es la presencia del espectador el que lo activa, a través de su búsqueda instantánea de combinaciones y lecturas. Se trata más de una cuestión de participación y de inmersión ambiental y emocional, que de una austera obtención de datos, de una medición medular y exhaustiva del mundo.
Nuestras impresiones, que parecen abarcar la totalidad esférica del espacio, se hacen todavía más fuertes por medio del sonido crepitante del fuego, lo que refuerza la idea de que el mundo está en llamas, con incendios activos en los cinco continentes.

 

 

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