BARRO, David (2023) :: Texto catálogo: Ecologías Fragmentadas :: Contaminación Hídrica

BARRO, David (2023). “Esther Pizarro. Representar el mundo”. Texto catálogo exposición: Ecologías Fragmentadas :: Contaminación Hídrica (42º30´52´´N; 0º21´6´´W). Diputación Provincial de Huesca

Lo advirtió con especial lucidez Pier Paolo Pasolini: basta el giro de un milímetro del ángulo desde el que se mira para que nuestra visión del mundo sea completamente distinta. Esther Pizarro, siempre atenta a lo que le rodea a partir de una mirada preocupada por auscultar el mundo, nos lleva a suscribir esta máxima inicial convencida de que la percepción no existe aislada, que obedece a un contexto y a un sujeto que está siempre cambiando, en proceso de renovación. Se sitúa así en línea con la idea de Maurice Merleau-Ponty de que nos acercamos a ver una obra de arte no tanto para ver la obra en sí, sino el mundo a través de la obra, procurando una experiencia que se desplaza, periférica, incapaz de sellar sus propios límites.  Esther Pizarro reflexiona sobre lo que nos rodea y sobre cómo habitamos el territorio, ya sea el de una ciudad o el de un espacio natural. Su obra delata una suerte de obsesión arqueológica de acceder a situaciones que doten de sentido a las cosas y a su memoria, o a nuestras acciones convertidas en pequeños acontecimientos apegados a la situación de lugar.

Con su trabajo, Esther Pizarro nos muestra cómo el punto de vista que adoptamos determina prácticamente todo lo que vemos, y el arte, como la ciencia, siempre abre diferentes puntos de vista y posibilidades. El arte nos permite repensar críticamente el contexto que nos rodea. Porque necesitamos representar el mundo para entenderlo, y si en su tiempo los Románticos lo hacían pintándolo, hoy tenemos que hacerlo interpretando datos o situaciones. A partir de estos, la artista nos permite visualizar una serie de circunstancias que amenazan la conservación de nuestros ecosistemas. Lo hace basándose en lo local, aunque con un sentido universal. Porque los proyectos artísticos de Esther Pizarro se asientan en ese universo de datos que crecen exponencialmente, pero al mismo tiempo cultivan lo sublime y el sobrecogimiento que a propósito de los artistas románticos Kant describía de una magnitud inconmensurable, imposible de aprehender en su totalidad. Es su manera de representar el mundo.

En esa inmersión en lo sensible, la creatividad consigue ser verdaderamente transformadora y empática. Esther Pizarro aporta sensibilidad a los datos y ausculta la realidad desde el arte, sin desdeñar lo tecnológico o científico e instrumental que, lejos de ello, son puntos de apoyo fundamentales para descifrar certezas. Porque el arte y los artistas recogen lo que para otros pasa inadvertido y aquí se trata de considerar el arte no solo como una forma de hacer sino como una forma de pensar, capaz de vincular disciplinas para abrir nuevas posibilidades. De ahí su elección de materiales, que siempre varía en función del tema y en consonancia con este. Cierto es que se delata una inclinación por materiales frágiles y envolventes, como puede ser la cera o el tejido, o en este caso el vidrio, pero que siempre emergen de un modo serendípico, al servicio de la idea.

Si en los últimos trabajos Esther Pizarro trataba de identificar emergencias medioambientales, como la contaminación atmosférica o espacial, en los últimos tiempos trabaja una suerte de arqueología sensible con eso que podemos llamar contaminación hídrica, investigación que le ha llevado a centrarse en objetivos más concretos, como la contaminación del río Gallego por el vertido de lindano, utilizado en la formulación de pesticidas, a partir de un trabajo de campo emprendido en el entorno de Sabiñánigo, en Huesca. Esta investigación dio pie al proyecto Ecologías Fragmentadas :: Contaminación Hídrica (42º30´52´´N; 0º21´6´´W), con una ubicación geográfica que corresponde a donde estaba ubicada la fábrica de Inquinosa causante de este desastre medioambiental devastador. Para ello, la artista ha conjugado lo cuantitativo de los datos con lo sensible de la experiencia performativa y artística, para concienciar al espectador de esta necesidad ecológica.

Como siempre, Esther Pizarro no tiene interés en modificar la realidad, sino nuestra manera de aprehenderla y cómo vivimos en y con ella. Al fin y al cabo, como señala John Berger, “todo arte basado en una profunda observación de la naturaleza termina por modificar el modo de verla, ya sea confirmado con mayor fuerza uno ya establecido, o proponiendo otro nuevo”. La observación es aquí una actitud política, en este caso capaz de proyectar una crítica al presente y, en consecuencia, una alusión a un futuro incierto. Es algo que advertimos en toda su trayectoria, que se acerca a eso que podríamos denominar ciencia social. No resulta difícil, por tanto, encajar este proyecto artístico con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, porque el arte se asienta en preocupaciones universales y nos ayuda a comprender nuestro lugar en el mundo, cambiando en muchos casos nuestra posición en la vida.

De ahí que la artista plantee esta exposición como un relato, una deriva conceptual y física que nos acerca al problema y nos sumerge en él, pero que sobre todo nos permite comprender sus efectos devastadores al tiempo que permite abrir caminos con forma de posibles soluciones. Dividido en cuatro ejes o capítulos y un introepílogo protagonizados por un personaje central sobre los que se hilvana la historia de esta suerte fatal, Esther Pizarro revela su fidelidad e interés por el mundo del tejido, ya que lo aquí trazado proyecta hilos invisibles que nos recuerdan que el ser humano ya no es el centro, sino una parte de un ecosistema donde todo está conectado, como también lo está el pequeño acontecimiento que puede surgir en Huesca y extrapolarse al marco abisal de lo universal.

No hay duda de que podemos hablar de Esther Pizarro como una excelente paisajista, ya que sus obras escrutan cómo opera el paisaje en la ciudad o en el campo, conjugando belleza y cuestionamiento crítico. Ese paisaje, natural y social, se desarrolla siempre de naturaleza frágil, sensible, difícil de abordar porque su amplitud es mayor que la de su propia arquitectura o definición de lugar, permitiéndonos reflexionar sobre muchos temas, como el urbanismo o la ecología, sobre la colectivización y nuestros actos, sobre política y economía, etc. Como espectadores, tenemos que hacer un esfuerzo en la interpretación que le damos a sus obras, que permanecen abiertas a distintas fisuras en nuestra percepción.

Porque si algo ha conseguido Esther Pizarro en su trayectoria es moverse en la riqueza del espacio intermedio, que siempre ha sido uno de los lugares donde mejor se ha asentado y cobrado sentido el arte contemporáneo. Es precisamente esa cualidad del intermedio lo que lo convierte en algo interesante: el intermedio como espacio de la diferencia, como tránsito entre lo que es algo y lo que ya es otra cosa, como camino entre dos imágenes o distinción entre dos sujetos, entre dos maneras de enfrentarse al mundo o modos de ver. El intermedio es el espacio en el que creamos las definiciones, el espacio en el cuál mediante la experiencia construimos nuestra visión y experiencia del mundo. Y una visión del mundo hecha en base a la dialéctica de contrarios, heredada del racionalismo y el positivismo, tiene en la noción de intermedio una de sus heridas más graves, pues es precisamente en ese 'no lugar', en ese tránsito, en esa distancia o en ese camino, aparentemente vacíos, donde las cosas interesantes ocurren, donde comienzan a ser lo que son.

El filósofo francés Jacques Rancière aplica esta noción de espacio intermedio al campo de la estética llegando a la conclusión de que es precisamente en el espacio intermedio entre disciplinas donde habita el arte contemporáneo. Esther Pizarro ha confesado su interés por situarse en la frontera de las cosas y de las disciplinas, defendiendo la función de la arquitectura de habitar espacios y de la escultura como portadora o productora de espacios para el pensamiento. Esa conjugación se resuelve de una manera líquida y borrosa y ahí radica una de las claves de su operación plástica, que se proyecta también pictórica cuando se asienta en lo borroso, cuando la realidad se desdibuja tratando de aprehender el recuerdo y esa realidad desenfocada y periférica abraza acciones perceptivas más inmediatas y nítidas.

Si damos algún rodeo y pensamos en la pintura de artistas como Gerhard Richter o Luc Tuymans, advertiremos como lo ambiguo y lo literal se equilibran y cómo comparten un interés muy concreto por la borrosidad. La memoria, individual y colectiva, y sus dificultades de aprehensión, justifica la reducción de la gama y de la visibilidad en la pintura de ambos artistas. El espectador ha de exigirse un esfuerzo para interpretar lo que se nos cuenta. Únicamente en un segundo tiempo, el de la exigencia de la mirada atenta, se hace visible el poso del concepto que sustenta la imagen.

Nos acercamos así a los pensamientos de Caspar David Friedrich cuando entiende que los paisajes cubiertos por la niebla parecen mucho más sublimes porque elevan y amplían nuestra imaginación. La niebla es un velo, como la veladura en la pintura o el brillo del vidrio en la escultura de Esther Pizarro, un recurso capaz de conseguir que las cosas se expresen con más fuerza mediante su ausencia o su imposibilidad a la de representarse. Algo así como cerrar los ojos y abandonarse a la última imagen, o al recuerdo, que esta conjugado con toda nuestra experiencia vital. Pensemos en la cera, material muy utilizado por Esther Pizarro, atraída por su capacidad para derretirse, por su manera de convocar lo difuso, por su capacidad de envoltura desde lo frágil, como una película de piel.

Pintores como Richter documentan un espacio real, conocen la historia y afrontan el presente. El mensaje, como en el caso de Esther Pizarro, nunca nos llega evidente, sino velado. Como cuando Tuymans reduce la gama y lleva a sus personajes fuera de campo. Sus obras son como un campo de pruebas. Como en Leonardo da Vinci o Velázquez el recurso del desenfoque o la borrosidad no es un ejemplo de inacabamiento de las obras, muy al contrario, es una metáfora de la dificultad. Pensemos en el Bufón Calabacillas, donde Velázquez representa la dificultad de visión de su protagonista, en este caso su retraso mental, y para representar su manera confusa de ver el mundo nos hace ver su cara de manera borrosa. La embriaguez del protagonista no se asocia a la alegría sino a una suerte de escape, algo que advertimos en la mirada del protagonista, de profunda carga de dolor en su gesto. Ante los trabajos de Esther Pizarro el espectador es como cualquier miope, ve mejor de lo que se trata si se aleja para después acercarse. Porque la artista exige esa mirada analítica y descodificadora para introducirnos en su metodología arqueológica, llena de capas que permiten gran cantidad de recorridos que podemos emprender como observadores, asumiendo que cualquier deriva puede ser posible en línea con el imperante carácter procesual del trabajo de la artista.

En este caso, es la ecología la que juega el papel protagonista del relato que la artista conforma. Esta rama de la biología que lleva décadas evidenciando la importancia de ser sostenibles y cómo debemos implantar una nueva relación con la naturaleza. Porque no se trata de gobernarla, sino de escuchar lo que esta nos dice; máxime cuando nuestro ecosistema se fragmenta a causa de los cambios de hábitat, presentando discontinuidades que afectan a las especies -en muchos casos hasta extinguirlas-, como la contaminación hídrica. Al fin y al cabo, ecología es una palabra que procede del griego oikos y que significa hogar, algo que entendieron bien algunas sociedades que aún hoy calificamos de primitivas pero que supieron cómo cuidar de una tierra que entendían como el hogar a proteger y al cual venerar.

No se trata, por lo tanto, de sustituir, sino de relacionar los avances de la civilización con la naturaleza. La cuestión es encontrar puntos de encuentro y es ahí donde la acupuntura artística que ejerce Esther Pizarro cobra todo su sentido. Porque el citado relato que pone en marcha la artista en esta ocasión funciona como un ecosistema en sí mismo, una especie de círculo, donde como espectadores tenemos que entrar y acceder a ser parte de esa cadena, de ese equilibrio. Como en la vida, una pequeña ruptura afectará a todo lo demás, extrapolando metafóricamente la relación que el ser humano tiene y proyecta sobre el medioambiente para la relación obra y espectador, que es quien finalmente completa la obra y es fundamental con su mirada atenta a la hora de dar sentido al esfuerzo perceptivo y conceptual que exige el trabajo de la artista.

En Ecologías Fragmentadas :: Contaminación Hídrica (42º30´52´´N; 0º21´6´´W) cada personaje nos introduce en una escala. No se trata de personajes inventados, sino que todo parte de rigurosas fuentes científicas. El lindano es el primer personaje y con este Esther Pizarro nos introduce en el mundo de la molécula convirtiendo el espacio expositivo en una especie de laboratorio. La estructura molecular del lindano consiste en un anillo de seis carbonos con un cloro y un hidrógeno unidos a cada carbono. El lindano es un personaje peligroso, porque resulta muy tóxico para los organismos acuáticos y es cancerígeno para los seres humanos. Sin embargo, la manera de formalizarlo en obra por parte de Esther Pizarro es sutil y elegante, buscando sus brillos y la incidencia de la luz en una serie de estructuras que obedecen a la fórmula química del compuesto y a su estructura molecular. La artista genera una trama basada en el hexágono y realiza una superposición de tres elementos para generar un nuevo elemento. El proceso artístico permite mezclar estructuras del mismo modo que en la química se mezclan componentes y la idea de la mezcla química se resuelve como una combinación estructural ambigua y espejada, donde el dibujo de la artista casa con el delicado grabado, ahondando en la idea de la profundidad de la fórmula, que se despega del plano y pasa a ser tridimensional. Las estructuras se juntan y por momentos parece que estamos insertos en la acción de mirar a través de un microscopio, con una luz que refracta y aparentemente aumenta la imagen de esas estructuras o fórmulas. La artista convoca lo político desde lo poético para denunciar la propagación del uso del lindano y su problemática de una manera rigurosa pero sutil, conformando una metafórica celosía a partir de una lógica de capas físicas que corresponden a las muchas capas conceptuales fruto de investigaciones previas.

Todo este esfuerzo corresponde también con un anhelo didáctico de la artista, que busca que el espectador recoja una idea o mensaje a partir de su propia idea de enfocar el problema. Porque el arte se desarrolla con agudeza en lo confuso y nos permite imaginar otros mundos desde la curiosidad. Esther Pizarro es consciente de que hay pocas herramientas para auscultar la realidad como el arte, que utiliza el conocimiento cultural y la experiencia humana sin desdeñar las disciplinas científicas o instrumentales que le ayuden a descifrar certezas en periodos como este de total incertidumbre. En ese sentido, es necesario reivindicar la importancia de conjugar las ciencias con las humanidades, porque mientras unas nos enseñan cómo construir las cosas, las otras nos enseñan qué construir y por qué construirlo. Esther Pizarro en cada proyecto nos dibuja el contexto en el que nos movemos para que consigamos repensarlo de un modo reflexivo.

Todo ello se advierte también en el segundo capítulo, que analiza los factores bióticos, es decir, los factores humanos causantes del problema, en este caso la fábrica de Inquinosa (Industrias Químicas del Noroeste, S. A.) ubicada en Sabiñánigo, que la artista resuelve plásticamente al diseñar una línea del tiempo o timeline desde donde se nos cuentan los hitos desde la apertura de la fábrica hasta su cierre y cómo esto fue afectando en el tiempo hasta desembocar en la catástrofe medioambiental.

El tercer personaje es el Río Gallego (el territorio), un afluente del río Ebro que nace en los Pirineos y que tiene una superficie de cuenca hidrográfica de unos 4000 km2. La artista trabaja con sus coordenadas para determinar a partir de ahí el marco donde estaba situada la fábrica de Inquinosa, que es el curso del río que tiene mayor contaminación. A partir de un juego de capas, la artista analiza el nivel de pastos o de agua, el nivel de parcelación agraria, etc., y en el proceso de separación de esas capas genera una serie de cartografías a partir del mismo plano o mapa. Una vez más el concepto de patronaje, presente en series anteriores de la artista producto de su interés por el mundo del tejido, aparece como concepto y como metodología, recortando las formas o siluetas en un ejercicio con posibilidades casi infinitas. Otra vez lo envolvente y el sentido de piel y de estructura, que en anteriores proyectos guiaba sus investigaciones sobre ciudades, se proyecta como ejercicio plástico. El espacio, la materia y una complejidad líquida se aúnan en su intención por comprender el mundo y las consecuencias de nuestros actos.

Esther Pizarro nos recuerda la delicadeza del territorio. Lo hace contando lo que sucede en él como organismo vivo y la necesidad de atender a sus demandas o, como señala Alexis Racionero Ragué, de escuchar sus pulsaciones. Pero también lo hace con la manera que tiene de formalizar las piezas, a partir de delicadas formas de vidrio o de papeles donde el río se realiza con pan de plata y el contexto con reservas de cera o tintes textiles que despliegan su color, en contraste con las otras obras más monocromas y en correspondencia con cada una de las capas. El color, más allá de proyectarse como pintura, busca potenciar el volumen de ese espacio estriado, evidenciar sus arrugas.

En el último espacio de la exposición aparece el cuarto personaje, que no es otro que la propia bacteria y las algas. La artista lo describe como biorrehabilitación, que es una forma de descontaminación de suelos que supera la acción de destruir las existencias de sustancia químicas. Tras el paso de lo micro a lo macro, la artista vuelve a incidir en lo micro, aunque de un modo distinto al capítulo primero, en este caso evidenciando la resiliencia de la naturaleza que tolera y soporta todas estas tensiones equilibrando un ecosistema fragmentado. La artista vuelve también al hexágono para trabajar a nivel tridimensional una familia de conectores con la idea de reinventar una formulación química para los biomateriales, creados a partir de microalgas (Spirulina) que absorben toda la toxicidad del vertido de pesticidas y consiguen volver a equilibrar el ecosistema. En este caso, una serie de elementos circulares de biomateriales genera una composición que es producto de un juego modular que le permite a la artista articular la pieza en función del lugar, casi de forma site-specific. Todo ello se acompaña de una pieza audiovisual generativa, que permite una inmersión en el mundo molecular, una suerte de círculo concéntrico donde se suceden acontecimientos. El dato extraído de fuentes científicas alimenta la generación plástica y audiovisual.

El relato, envolvente, nos empuja a dejarnos seducir por el proceso, situándonos en un lugar concreto para reflexionar sobre el contexto del mundo. Podríamos decir que el proyecto de Esther Pizarro nos engulle en una suerte de extrañeza de la que no podemos escapar. Como espectadores nos movemos en las fronteras que la artista desborda para desdibujar los límites, para descubrir en nuestro paseo que en esta exposición todo está conectado, como en una banda de Moebius, o como si fuese producto de un relato de Timothy Morton, que argumenta que la conciencia ecológica adopta, en nuestra época del Antropoceno, una curiosa forma de bucle, tomando al personaje Deckart de Blade Runner como referencia, para que nos demos cuenta de que al estar todo conectado nos hemos convertido en enemigos de nosotros mismos.

No debe sorprendernos que la exposición comience con una instalación que funciona al mismo tiempo como epílogo. La artista cuestiona lo que le rodea y sus conclusiones son siempre algo abierto a la especulación, una suerte de introducción permanente. Esther Pizarro lo llama introepílogo, un espacio reflexivo que nunca deja de ser interrogante, como cualquier proceso artístico. Este nodo es el BioAlgaeLab Interespecies, un laboratorio biológico de algas donde lo humano y lo no humano se conectan para trabajar como agentes conjuntos. Una metáfora de todo proceso, de lo que está por venir, que tiene en las microalgas a su agente protagonista, como está sucediendo en muchos proyectos de diseño con materias vivas con todas las posibilidades sostenibles que estas comportan. Las microalgas absorben y eliminan contaminación del agua y su uso en biorremediación ayuda a restaurar los ecosistemas acuáticos contaminados; también capturan CO2 cuando crecen a través de la fotosíntesis y son actualmente claves en la producción de biomateriales y bioplásticos. Ese papel central de las microalgas se extrapola a la instalación de Esther Pizarro, donde domina un tubo de dos metros de altura que actúa como biorreactor de microalgas; contiene todo el cultivo de Spirulina y con la luz provoca la fotosíntesis. La artista representa toda la vida del alga.  Formalmente, se proyecta de un intenso color verde. Todo se completa con tres conjuntos de bolsas de infusión por goteo que cuelgan del techo a partir de unos aros circulares, que tienen su continuidad con unos pequeños círculos retroiluminados en el suelo. La sensación de transitar sobre ellas es algo así como la de caminar por debajo de una batea o la de caminar entre unas medusas gigantes, pero la realidad es que transitamos por un territorio, en parte digital y en parte analógico, donde se cruzan tres biomaterialidades realizadas a partir de la biomasa extraída de la Spirulina y donde se nos dan unas claves con forma de coordenadas que dan título a la muestra.  

En Ecologías Fragmentadas :: Contaminación Hídrica (42º30´52´´N; 0º21´6´´W) todo se superpone, algo común a todas las obras de Esther Pizarro, que trabaja eso que llamamos creatividad, que es la capacidad de descubrir relaciones entre experiencias antes no relacionadas. Lo hace en sus temáticas, ya sea a partir de analizar los incendios forestales o esta contaminación hídrica; pero también en sus materiales y texturas, buscando el pliegue de nuestra visión como espectadores para ampliar ese campo como si todo se tratase de un mapa fragmentado.

Si la creatividad usa el pensamiento divergente y busca varias respuestas, Esther Pizarro las encuentra en campos de conocimiento muy amplios y variados, aunque los destile desde lo micro, desde el detalle. Se trata de repensar nuestro lugar dentro del relato, sin héroes, en línea con la propuesta ecofeminista de Donna J. Haraway. Esther Pizarro, como ya señalamos anteriormente, hereda esa metodología que quiere generar hilos invisibles como una multiplicidad de factores donde el ser humano ya no es el centro y cualquier agente por pequeño que sea contribuye a la ruptura de un ecosistema.

Porque resulta evidente que cada vez existe una necesidad mayor de luchar contra el cambio climático, que atribuye una nueva responsabilidad a arquitectos, diseñadores o artistas. En arquitectura, como relata Philippe Rahm en su libro Escritos climáticos, se produce ya un cambio de paradigma: “desde que trabajamos con el propio espacio vacío y no con sus límites macizos, hemos constatado un cambio en la manera de proyectar. Ya no recurrimos a la geometría, a la morfología, a la combinación de puntos, líneas y superficies, a las relaciones de proporción entre conjuntos, a transformaciones geométricas, a la adición, la sustracción, la inclusión, la simetría…, sino que comenzamos a manejar toda una ciencia meteorológica que repentinamente ha revelado unos nuevos modos de composición arquitectónica: la convección, la conducción, la evaporación, la presión o la radiación. La geometría euclídea, como base del diseño del espacio y de las formas arquitectónicas, ha dado paso a la meteorología”. Es el cambio de la importancia del muro a la importancia de la temperatura; del paso de economías de crecimien­to a economías que alimenten; de ecosiste­mas extractivos a ecosistemas regenerativos; de estilos de vida productivos a estilos de vida esenciales; o de individuos independientes a comunidades interdependientes. Se trata de cambiar la conciencia de lo que hacemos, de transformar desde la sensibilidad que, por ejemplo, aporta el arte, capaz de cuestionar el mundo para permitirnos replantearlo.

Esther Pizarro ha tratado siempre de construir alternativas con conciencia y siendo consciente de que las ideas naturales preceden al problema. Porque la creatividad, como acostumbra a decir Jorge Wagensberg, es un suave roce entre lo ya comprendido y lo aún no comprendido. La ecuación es simple: si cuestiones como la economía o la innovación son un tema de métricas, necesitamos el arte y la cultura para ayudarnos a comprender qué métricas son las verdaderamente imprescindibles.

 

 

 

You may also like:

Suscríbase a

Mantente conectado